jueves, 18 de marzo de 2010

UN CUENTO CORTO


PALABRAS PARA UN HIJO

Acababa de enterrar a mi padre. En realidad había traído sus cenizas que reposaban aún sobre el televisor, dado que debía reunirlas con las de mamá, en cumplimiento de tal macabro mandato.
Como hijo mayor me tocó desocupar la vieja casa de la familia y revolviendo entre los cajones encontré un cuaderno que al parecer me estaba dirigido. En sus tapas borrosas podía apenas adivinarse el dibujo del animal que me identifica. Al abrirlo invadió mi nariz un fuerte olor a humedad que mezclándose con el amor que brotaba de esas hojas me aturdió.
“Leoncito, este cuaderno es para vos, para que el día de mañana, si nosotros no estamos, puedas conocer tu historia...” me decía la joven caligrafía de mamá. Tuve que sentarme. A pesar de haberla perdido hacía ya cinco años, sentir nuevamente sus palabras resonando en mi cabeza, me sacudió. “Mamá y papá se conocieron ya de adultos, después de rodar cada uno por diferentes caminos. Pero ni bien nos descubrimos ya no nos separamos más. Nos casamos enseguida, con fiesta y sin luna de miel, luna y miel que haríamos para el primer aniversario. Y como dice la leyenda, hijo mío, vos viniste como polizón nada menos que de Paris. A los veinte días del regreso nos enteramos de tu presencia y toda la familia se revolucionó. Pronto supe que eras varón. Volvía una noche del estudio cuando me hablaste vaya a saber en qué extraño idioma, pero te hiciste sentir. La ecografía lo confirmó ya cerca del final del embarazo, pero yo nunca tuve dudas. Allí comenzó nuestro mágico idilio...”
Pese a que ya conocía la historia no pude contener las lágrimas. Comencé a hojear el ajado cuaderno que jamás nadie me había entregado. Sus cuarenta y ocho hojas estaban completas, y mamá había abrochado muchas más, finalizando abruptamente en mis dieciséis años. Tal vez habría otras en alguna parte, pero después de haber vaciado toda la casa no encontraría nada.
Fui leyendo salteado, debía retirar a mi hija del colegio y no disponía de mucho tiempo. Con enorme sorpresa encontré algunas líneas de papá, con su letra indescifrable y faltas de ortografía y puntuación. ¡Papá escribiéndome! Ese hombre vergonzoso y poco demostrativo que siempre fue había sin embargo derramado su amor en aquellas páginas. “Estoy con vos jugando ahora, te reís y saltás en el aparato que te prestó Agustín. Te veo y no puedo creer lo mucho que te amo, a mi que me cuesta demostrar las cosas, pero con vos es distinto. Estamos cantando canciones de fútbol, en especial de aliento a River y Belgrano, de los cuales somos hinchas. Me causó gracia cuando me hiciste puchero porque te canté “O sole mío”, me dieron ganas de comerte a besos. Papá te ama muchísimo y lo que más quiere es que seas feliz. Me encanta cuidarte, darte de comer, y hasta cambiarte los pañales. Vos y tu mamá son mi familia y los más importante de mi vida.” Ese fue un golpe aún mayor. Mi viejo atreviéndose a expresar todas esas cosas que jamás pudieron salir de su boca. Con mamá siempre fue diferente, ella me apabullaba con sus palabras de amor y sus gestos no menos afectuosos. Y por si fuera poco lo dejó por escrito, un testimonio de un cuarto de mi vida.
A través de esas hojas me enteré que estuvimos por irnos del país cuando apenas tenía dos años. ¿Qué los habría hecho cambiar de idea? Y hoy uno de mis hijos se fue a España. “Mi amor, hoy casualmente es el día de la madre, y la verdad, ser madre, tu madre, es lo mejor que me pasó en la vida. Hace tiempo que no te escribo, estamos preparando nuestra huída del país y por momentos se me escapa el ánimo para volcar en tu cuaderno tus progresos y mi amor. A veces dudo de hacer lo correcto, tanto papá como yo queremos lo mejor para vos. También quiero darte un hermanito, pero no quiero traerlo a este país injusto y por eso quiero sacarte de acá y que el día de mañana se respeten tus derechos. ¿Qué es eso, mamá? Te preguntarás ahora, lo único que importa es jugar y tener la mamadera llena. Bueno León, te dejo por ahora. Te ama, mamá.”
Ya cerca del final, en plena adolescencia y revolución hormonal, la letra de mamá se había avejentado, tanto como su ánimo. Ya no había palabras de amor sino de reproche. Al parecer fui bastante rebelde, rebeldía que heredé a mis hijos. Pobre vieja, si hasta me imploraba cariño. “Hijo, ¿por qué sos tan frío conmigo? ¿Tanto te cuesta darme un beso?”. El rostro triste de mamá se me aparecía y no quise seguir leyendo. De ella recibí la determinación, los valores y la pasión por la lectura. De papá la rapidez en los negocios y la inexpresividad. ¿Cuándo fue la última vez que dije algo cariñoso a mis hijos? ¿Y a mi esposa? El cuaderno de mamá era una señal. ¿Por qué nunca me lo había dado? ¿Tuvo vergüenza? ¿Por qué papá lo guardó tan celosamente al morir ella? ¿Habría algo similar para mi hermana? Todas esas preguntas quedarían sin respuesta.
Di por terminada la triste tarea de ese día, me adueñé del cuaderno y fui a buscar a mi hija, a quien recibí con un fuerte abrazo y un nervioso “te quiero mucho”. “Papá, ¿estás bien?”. Fue su sorprendida respuesta.

2 comentarios:

  1. Excelente relato, me emocionó mucho.
    Podría ser el comienzo de una novela, tiene todos los condimentos porque uno quiere seguir leyendo.

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  2. Gracias Gustavo, pensaré lo de la novela... Alexia.

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