No sé por qué los demás me dicen que tengo manías, o tocs como suelen
decirle ahora a ciertas costumbres que caracterizan a las personas.
Soy un tipo normal, como cualquier otro. Tengo 35 años, vivo solo desde
hace diez, soltero y no solterón como suelen tildarme. Ocurre que todavía no
encontré la mujer que logre que mi concentración al escucharla permanezca
durante más de cinco generosos minutos y que a su vez tenga las piernas de Tina
Turner. Las piernas podría resignarlas, pero el aburrimiento no.
Sé que soy especial, pero no obsesivo, sino cuidadoso. A nadie daño con
tener las camisas colgando de la percha mirando hacia un mismo lado, ni que
estén ordenadas por color desde las más claras hasta las más oscuras. Vivo
solo, por tanto el ruidito que hacen las bolsitas de plástico al sacar las
remeras del estante sólo lo escucho yo, aunque ni siquiera lo oigo, ya me
acostumbré. De esa manera las chombas no se llenan de pelusas y la tela
conserva siempre esa semi rigidez de la ropa nueva. Es mi gusto.
Tengo poco pelo y lo llevo casi al rape, pero eso no quita que lo cuide
y le dedique baños con shampoo especial, dos para ser preciso, porque el uso
del mismo producto genera acostumbramiento. Por ese tipo de cosas me tildaron
de maricón, como si cuidar del cuerpo en toda su extensión fuera cosa de
maricones. Discriminadores, no tienen idea de cuánto me gustan las mujeres. Y
el prejuicio se acentúa porque nunca me
conocieron una novia o una amiga íntima. Soy muy discreto en mis
relaciones, ¿para qué exponerme si todavía no llegó la indicada?
No soy materialista pero cuido mis cosas. No me gusta que vengan a mi
casa y apoyen cosas sobre la mesa de madera, ni siquiera soporto que pasen sus
dedos por la misma. Sólo tienen que aguantar que ponga el mantel individual
antes del café o del vaso. Me gusta agasajar a la visita, es más, soy un
excelente cocinero, pero deben seguir mis indicaciones para no agriar la
comida.
Lo que más me indigna es esa gente que llega y va directo a mi nutrida
biblioteca. Si tantas ganas tienen de leer que vayan a una librería. Me enerva
sobremanera que saquen y pongan libros, que los abran y miren la biografía del
autor como si les interesara, para después devolverlos al estante en un orden
incorrecto. No se dan cuenta que están ordenados alfabéticamente, así sé en
cada momento dónde buscar el autor con el que quiero deleitarme en las frías y
solitarias noches de invierno, porque la lectura es para los meses de encierro.
Reciclé mi departamento, lo hice a mi entero gusto y lo llené de
espejos, y no porque sea narcisista, de lo cual también me acusaron. Al parecer
disgusto a todo el mundo, pero bien que me llaman cuando necesitan que les
anime una reunión. Nadie se resiste a los acordes de mi guitarra ni a mi voz de
tenor. Soy un artista y ellos lo saben. Acudo desinteresadamente a cuanta
fiesta, evento o cumpleaños me convoquen para tocar y cantar. Debería hacer de
ello una profesión y empezar a cobrar; sin embargo mi alma generosa no me lo
permite, lo hago con todo el amor que un artista puede esparcir sobre su obra.
Y me colman de aplausos y agradecimientos, para luego criticarme.
Cuando armé el departamento compré un somnier, era algo que me debía.
Nada mejor que un buen descanso en una gran cama mullida. Más de uno me dijo
que mi dormitorio parece la habitación de un “telo”, a causa de su pared color
obispo, del acolchado, sus almohadones, sus espejos y su despersonalización.
Los perfumes perfectamente acomodados sobre un estante son la única muestra de
que es un lugar habitado y no uno de paso. El resto permanece impersonal y
minimalista.
Dormir sobre ese colchón fue como estar en el paraíso. Pero con el paso
de los días noté que el mismo comenzaba a marcarse, dibujando el contorno de mi
cuerpo, hundiéndose levemente sobre el lado derecho de la cama. La solución vino enseguida: para
equilibrar dormí dos meses sobre el otro lado, tomando la precaución de cambiar
también la almohada que venía padeciendo el mismo dibujo pero de mi cabeza.
Alguien me dijo que debía rotar el colchón, de esa forma lo conservaría
lo más intacto posible. Y así lo hice. ¿Es eso acaso una manía? No lo creo.
Pese a todas mis precauciones el colchón se había ahuecado ligeramente en los
costados, eso sí, de forma pareja. Pero en el centro quedaba una delicada lomita
que me desagradaba mucho. Para emparejar, estuve tres meses durmiendo el centro
de la cama, conteniéndome con almohadones a ambos costados de mi cuerpo para
evitar desplazarme hacia los bordes durante el sueño. De esta manera logré que
mi somnier luzca como nuevo y se sienta parejo.
Por cosas así me tildan de obsesivo. Tengo una rutina semanal. Lunes,
miércoles y viernes cepillo mis dientes con Sensodyne y el resto de los días lo
hago con Dentabrit. Me gusta que mi dentadura se vea blanca y se conserve sana.
Mi odontólogo apoya este tratamiento. El mismo cuidado le dedico a mis oídos y
pese a todas las recomendaciones uso hisopos tres veces a la semana en días
programados.
Mis pies también son objeto de sumo
cuidado, estoy parado sobre ellos todo el día. Por eso no me fijo en gastos
cuando de comprar zapatos se trata. Baños antihongos y escofina para quitar las
durezas dos veces por semana, y masajes con hidratante al menos una vez cada
tres días.
No es que viva para el cuerpo, pero
así como cuido las cosas de mi hogar lo hago con mi salud. Tampoco me lleva
gran esfuerzo, es una rutina más, como la de ir al gimnasio, pagar las cuentas
del 5 al 15 o la de ordenar las alacenas los días 8 de cada mes.
Amo los números pares pese a que
nací día, mes y año impar. Ni aún sumando todos los dígitos da par, pero es lo
que hay. Uno nunca está conforme con lo que tiene. Por eso a la hora de comprar
departamento elegí numeración y piso par, y creo que valió la pena porque el
lugar me satisface.
Soy de los que verifican que la
perilla del gas esté cerrada y aprieto las canillas para que no goteen. También
controlo la alineación de las patas de las sillas, de la mesa, de la cama, que
deben coincidir con las juntas de los cerámicos, todo en perfecto ángulo y
armonía. Me molestan los desajustes visuales.
Por eso no soporto las mesas
redondeadas con patas redondeadas, las únicas curvas que me gustan son las de
la cadera de una mujer, y si culminan en piernas largas, tanto mejor.
Y hablando de mujer, sucumbí a los
encantos de una. Mes y medio estuve persiguiéndola, enviándole señales que
nunca llegaban a destino o que ella interpretaba de manera errónea. Le envié
chocolates, mensajes, le escribí una tarjeta, hasta un libro que era de su agrado
leí para tener tema de conversación. Pero ella no entendía mis verdaderas
intenciones, ¡hasta llegó a confesarme que creyó que era puto!
No sé cómo logré conquistarla y
cometí un gran error, violé todas mis reglas y códigos: la invité a dormir a mi
casa. Mi hogar, mi inmaculado hogar era mancillado con la presencia de una
mujer, que no sólo se quedó una noche, sino varias, para peor, con mi
consentimiento.
Le permití dormir en mi cama, tocar
mi mesa, usar mi baño y mis elementos más íntimos. Hurgó en mi biblioteca,
desparramó arena en los cerámicos impolutos de mi living, apoyó vasos sobre la
mesa, usó mi teléfono y desparramó su ropa en total desconcierto sobre el
suelo.
En un arranque de locura,
seguramente debido al buen sexo que tuve con ella, la invité a que nos
ducháramos juntos, y ella accedió. ¡Qué horror ver sus cabellos en la bañera!
No puedo dejar de preguntarme por qué mi vida comenzó a ser un caos con su
llegada. La cama permaneció tres días sin tenderse y ni siquiera cambié las
sábanas; mudos y arrugados testigos de la pasión que nos enlazó durante ese fin
de semana. ¿Cómo pude llegar a tanto? Nunca mujer alguna se había afianzado de
esa manera en mi refugio. Lo peor es que quiero que vuelva.
¡Hola, Gabriela! Me encantó esto que escribiste. Pude visualizar a este hombre "toc", jejeje, ver su estilo, su cuarto, su forma de ser. Es increíble cuando las palabras logran transportarte hasta lo que has querido plasmar con ellas. Vos lo lograste conmigo y seguramnete con muchas/os más lectoras/es.
ResponderEliminarAdemás, escribir desde el punto de vista de un hombre no es fácil, pero lo lograste muy bien.
Si puedo, intentaré pasarme por la feria del libro el 3 de mayo. Me gustaría poder conocerte personalmente (te conozco del face, soy Mimi Romanz, aunque no "charlemos" demasiado, jeje)
Bueno, me despido, pero segura de que volveré para dejarte más comentarios.
Cariños, Mimi.
Gracias Mimi!!! me alegra que te haya gustado mi cuento... Ojalà podamos conocernos personalmente, màs allà de nuestro contacto virtual.
ResponderEliminarBeso para vos.