Nunca pensó que tendría que escribir su testamento.
Pero estaba en vísperas de su viaje, un viaje de placer de apenas 9 días, y la
atacaron los temores e inseguridades. De manera que esa mañana se sentó frente
a su escritorio, repasó los artículos del código civil para refrescarse sobre
los tipos de testamento, y se decidió por uno “ológrafo”; no tenía tiempo para
otra cosa.
Lapicera en
mano comenzó en tono de broma, explicando que no tenía pensado morirse pero que
una nunca sabe cuándo la muerte puede hacer su aparición.
Instituyó herederos a los mismos que eran forzosos por
manda de la ley, pero si no lo hacía no podía designar administrador ni
albacea, que era lo que la preocupaba. No deseaba que el padre de sus hijas se
hiciera cargo, desconfiaba en que él les diera a las nenas lo que les
correspondía, de manera que delegó la administración en su hermano, hombre
rápido para los negocios, y eligió a su socia como ejecutora de sus decisiones,
ella sabría qué hacer.
Luego,
tratando de despojar a su pedido de todo dramatismo, se encargó de su
post-muerte. De ninguna manera debían hacer velorio, así lo ordenó con letras
mayúsculas y subrayadas. “Me sacan los
órganos que sirvan para que puedan vivir en otros, y luego me creman. Y ni se
les ocurra guardarme en una cajita… saben que me gusta la libertad. Así que mis
cenizas deben ir a parar al mar, donde fui tan feliz.”
Después se
ocupó de dar algunas recomendaciones respecto de las niñas y otras en cuanto a
los bienes, mencionando tal o cual abogado que tenía alguna documentación
especial. No se olvidó del caballo que les había comprado a las nenas, ni del
departamento que tenía en la costa pendiente de escrituración, ni de los
honorarios en ejecución, que legó a su
amiga.
Quería irse de
viaje en paz, descansar unos días bajo el sol, sola, leyendo aquella novela que
había reservado para esa ocasión especial. A su regreso se encargaría de todo
lo que la venía atormentando.
Por último,
develó dónde estaban sus ahorros, no fuera a ser que de tan bien escondidos
nadie los encontrara y terminaran perdiendo su valor.
Especial
cuidado puso cuando, en las últimas líneas, se decidió a contar aquello que
había callado durante más de treinta años. Era hora de que su secreto viera la
luz y la liberara de una vez por todas. Ponerlo en palabras fue catastrófico
para su psiquis, se quebró en dos, en tres y lloró, bañando con sus lágrimas el
testamento que con tanto esmero había escrito pensando en sus hijas.
Al ver las
hojas borroneadas, las arrugó y arrojó al cesto de la basura. No hacían falta,
no moriría. “Nadie muere en la víspera”,
pensó.
Muy linda la acotacion de que nadie muere en las visperas...aunque pudo mas dejar oculto el pasado para otra oportunidad que dejar liberado el futuro a sus descendientes.....
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