Me la
encontré en la calle, era media tarde y el frío quemaba los huesos, pero se
veía radiante. Tenía ganas de charlar porque ni bien me vio llegar con el auto
se acercó y esperó que descendiera. Con la excusa de preguntarme si conocía a
alguien que buscara empleados, porque su hijo mayor que tiene 20 años está
haciendo sus primeros pinitos, me contó que estaba de novia.
-¡De novia a
esta edad! –dijo- Ya sé que es una locura, ¡tengo 45 años! Pero pasó.
Yo había
visto que últimamente un nuevo auto dormía en su garaje pero como no soy
chusma, o al menos no quiero parecerlo, no quise preguntar nada. Hasta pensé
que había cambiado el suyo. Pero no, era del novio.
-Hace cinco
años que me divorcié, fue horrible, quedamos muy mal –me contó mientras ambas
dábamos pequeños saltitos para menguar el frío- así que no quise saber nada con
los hombres. Tuve alguna que otra relación de días, pero yo estaba como un rottweiler,
así que mejor que nadie se me acercara.
Reconocí en
su miedo mi propio miedo, ese miedo que todas las que hemos pasado agresiones
llevamos grabado en el alma. Miedo a sufrir y no poder defendernos, miedo a
perder, miedo a entregar y no recibir nada. Miedo a que otra vez tomen nuestro
corazón y le hagan agujeritos.
-Todos me querían
presentar a alguien como si una mujer no pudiera estar sola –continuó- muy
propio del modelo patriarcal en que fuimos criados.
Yo percibía
su apuro porque miraba el reloj de manera reiterada, luego supe que tenía que
ir a buscar a su hijo menor que salía del colegio. Pero su retraso era menos
importante que contarme sobre su novio.
-Nos
reencontramos en el verano, vive en la capital, pero vino a pasar unos días.
-¿Reencontramos?
–inquirí yo.
-Sí, fue mi
primer novio, mi primer hombre –sus ojos de cielo se llenaron de luces y
brillos, toda ella parecía un farolito, aún así, despeinada y con su
guardapolvo de médica. Porque mi vecina
es una mujer bella por fuera, y más aún por dentro, por lo que puedo vislumbrar
en su mirada.
Me contó que
el perro rottweiler se fue transformando en uno de peluche, estaba fascinada
con él.
-Mirá cómo
será que ayer me levanté a las 5 de la mañana para calentarle el toallón,
porque tenía que volver a capital.
Y yo me
encontré pensando que yo, que odio cocinar, todas las noches preparo la vianda
para que mi compañero se lleve al trabajo.
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