Mi país es tu cuerpo, mi cobijo es tu piel, mi
refugio es tu corazón y mi frontera es tu respuesta. Tu pecho es mi colchón y
tu abrazo mi consuelo. Tu palabra primero y tu mirada después, tus caricias
camufladas, los encuentros ansiados, largas charlas de café, excusas y más
excusas que nos fueron llevando, sin que nos diéramos cuenta (¿o sí?) hacia el
final del camino donde inevitablemente caeríamos uno en el corazón del otro.
Pese a los reiterados discursos, aclaraciones y
más palabras que queríamos creer y que ninguno, desde el inconsciente, creía,
seguimos avanzando, a tientas y a empujones del corazón. Debía ocurrir y
ocurrió.
Nos fuimos llevando lentamente, a golpes de
confesiones y lágrimas derramadas (las mías), a secretos compartidos, de esos
que dan vergüenza y que frente al otro nos redimen, lavando culpas y enjuagando
traiciones, hasta que no quedó nada (o casi nada) que confesar, y nos sentimos
puros y nuevos.
Y de esa pureza del alma nació un nuevo
amanecer, una nueva esperanza cuando creíamos que todo había quedado para otras
épocas, esas que ya no volverán, plenas de juventud e inconciencia, en la que
nos enamoramos una y otra vez, sin conocer verdaderamente el amor, porque nos
enamoramos de la idea del amor, ese platónico e ideal que no existe y por el
cual lloramos y nos desengañamos luego.
Y ahora, cuando habíamos plantado bandera
creyendo que ya no era para nosotros ese nuevo vivir en otra piel y en otros
besos, nos despertamos del letargo, vencemos su resistencia y atravesamos el
muro con violencia, y desafiamos todos los miedos y frentes que nos presenta la
razón, y la combatimos, y le ganamos.
Y nos sentimos fuertes, y nos buscamos y nos
deseamos como hace siglos no creíamos que ocurriría, y las pieles se mezclan y
las bocas se invitan, y las almas se entrelazan y vamos por más.
Muy bello y profundo me gusto tu blog y como escribes
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