viernes, 25 de marzo de 2011

ZAPATITO DE CRISTAL



La vi correr detrás de él y advertí cuánto había cambiado. Ya no vacilaba, su cuerpo era estable, seguro. Sus cabellos rubios, al viento, entonaban una melodía por momentos dulce, por momentos angustiante.
Reafirmé lo mucho que la amaba, cómo no amarla si es parte de mi. Yo caminaba detrás, vigilante, como siempre. De a ratos ella se daba vuelta para corroborar mi presencia, se sentía segura.
Sus ojitos claros como el cielo me regalaban a la distancia sonrisas plenas de ilusión y de vida nueva.
Sólo una vez la vi llorar con sentimiento, fuera del habitual capricho, y se me encogió el alma. Lo único que pude hacer fue abrazarla y besarla, tratando de transmitirle todo ese amor que a veces se esconde detrás del cansancio y el malhumor. Estaba angustiada y en parte era mi culpa. ¿O no? Nunca podré saberlo. Su inmadurez me priva de respuestas precisas, ciertas.
Sin que me de cuenta el capullito que di a luz se va transformando día a día en hermosa flor silvestre, salvaje y libre. No será nunca flor de florero.
Sus diálogos me hacen advertir que está dejando atrás la primera infancia para ingresar en una niñez impetuosa y desafiante. Ya no puedo dirigirme a ella sin una respuesta convincente, porque empieza a cuestionar.
La miro a diario y me reconozco en sus ojos, sin añorar mi propia infancia, ahora el mundo es para ella.
Vive enamorada del amor, ¿será romántica incurable también? La ingenuidad ilumina sus ojos de cielo, ávidos de aventuras, plenos de incógnitas.
Princesa entre dos rebeldes, de princesa tiene poco. El universo masculino la rodea y se siente cómoda en él. Oleadas de delicadeza la invaden lentamente, haciéndola vacilar entre las espadas y los zapatitos de cristal.

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