sábado, 16 de julio de 2011

ESCRIBO

Porque convalido mis convicciones y deseos.
Porque siento el placer único de la palabra.
Porque aprendo a buscar mi yo en las afueras.
Porque encuentro preguntas dando respuestas.
Porque comparto mi destino sin limitaciones.
Porque amo el don de ser diferente por un verso.
Porque presagio mi vida en la poesía.
Para que las ideas encerradas en mi cuerpo no lo rompan.
Para que el silencio sea cómplice de los recuerdos.
Para que la nostalgia me redima de la angustia.
Para que las lágrimas cicatricen en el papel.
Para que las heridas mueran en la inspiración.
Para que el músculo de la esperanza no se atrofie.
Para que el amor sublime el lenguaje.
Por la belleza que merece el intento de ser contada.
Por la memoria de mi piel y de mi alma.
Por la herencia que recibo de otros.
Por la pasión inevitable que me domina.
Por la sangre que diseña el camino.
Por la vida que late en todo cuanto miro.
Por el desahogo que derrama el mejor alivio.
Escribo porque estoy viva.
Escribo para no morir.
Escribo por el vuelo libre que es vivir.

de Laura Giudici

domingo, 10 de julio de 2011

Despiadada

Con qué ligereza decía "te quiero". Ella creía querer, pero cada despedida era menos dolorosa, era como cerrar una puerta, arrojar la llave y olvidarla para siempre.
Enseguida tenía una nueva presa en mente, a veces ya elegida, otras, incierta, más siempre estaba lista para saltar. Su corazón salvaje, jamás conquistado, pedía a gritos una nueva víctima.
Qué fácil hubiera sido dejarse querer... más no quería lastimarlo.
Podía herir, sin quererlo, ella lo sabía. No había maldad en ella, es más, un halo de inocencia todavía la rondaba, porque seguia siendo ingenua en muchas cosas.
Alguien le dijo una vez que se movía como una pantera, ella no se veía así.
Lo hubiera dado todo por ser sencilla, por poder dejarse amar sin ansiar sentir ese vértigo en la sangre, ese golpe en la parte baja del estómago, esa falta de aire que la aturdía cuando se creía enamorada.
Más... la rutina y el compromiso no eran para ella. Ya no. Ese tiempo había quedado atrás, muy lejano en su recuerdo, cuando todavía creía en el mirar, cuando todavía podía dejarse envolver por las bellas palabras susurradas a su oído. Era tarde ahora. Se había vuelto de cristal, transparente, sí, como siempre, más fría como el hielo. Sólo sus ojos acerados conservaban ese dejo de debilidad que se materializaba en lágrimas, que a nadie osaba mostrar.

LAURA

Mezcla de gitana y soñadora. El encuentro fue una catarata de palabras, de gestos, de ilusiones compartidas, de hablar ese mismo idioma, en el que usamos las mismas palabras (no existen palabras diferentes en este lenguaje) pero que nosotras podemos transportar a otra dimensión. Cualquier otro interlocutor o escucha puede pensar en nuestra locura. Y tal vez estaría en lo cierto. Nos transportamos a otra atmósfera, donde los personajes cobran vida, donde las ilusiones gobiernan y nos llevan de la mano hacia una cordura ajena, lejana, incomprensible para el resto de los mortales.
La mesa de café era nuestra isla, y nosotras, como dos náufragos, navegamos en aguas apasionadas, dejándonos llevar por las corrientes de palabras, de sensaciones, de urgencias. Esas mismas palabras que usábamos a diario, estructuradas y concretas, las que volcábamos en nuestros escritos de expedientes, allí eran bálsamos para el alma, conductores de sentimientos y sueños, que nos arrancan de nuestras rutinas y nos elevan a ese sitio donde nos sentimos intocables, libres al fin.
Cuántos sentimientos nos unieron en esa hora y media, durante la cual, a borbotones, respetando el turno, intentábamos contarnos todo, nutrirnos, alentarnos y conocernos. La misma pasión nos hermanaba y nos elevaba por encima de las mesas del café, de los libros, los tan amados libros que nos llevaron hasta allí, y que por la emoción del encuentro ni siquiera miramos, ya habría tiempo para ello. Sensaciones, profundas fueron parte del hallazgo. Era fuerte y extraño a la vez, sentir esa empatía con una extraña, porque era la primera vez que nos veíamos, pese a ello, no éramos extrañas, éramos dos almas casi gemelas, unidas por la pasión de la escritura, separadas por la vida cotidiana, los horarios, las responsabilidades. Físicamente diferentes, de alma par. El mismo cuidado a los libros, la misma devoción por las palabras, distintos estilos y ángeles que nos acompañaron hacia la meta, más… la misma pasión.
Y el después… fue un preludio de algo maravilloso, una sensación extraña en el cuerpo y en el alma, nuevas ganas, nueva energía para seguir atravesando el día, la semana, el mes y la vida.

9-7-11