domingo, 10 de julio de 2011

Despiadada

Con qué ligereza decía "te quiero". Ella creía querer, pero cada despedida era menos dolorosa, era como cerrar una puerta, arrojar la llave y olvidarla para siempre.
Enseguida tenía una nueva presa en mente, a veces ya elegida, otras, incierta, más siempre estaba lista para saltar. Su corazón salvaje, jamás conquistado, pedía a gritos una nueva víctima.
Qué fácil hubiera sido dejarse querer... más no quería lastimarlo.
Podía herir, sin quererlo, ella lo sabía. No había maldad en ella, es más, un halo de inocencia todavía la rondaba, porque seguia siendo ingenua en muchas cosas.
Alguien le dijo una vez que se movía como una pantera, ella no se veía así.
Lo hubiera dado todo por ser sencilla, por poder dejarse amar sin ansiar sentir ese vértigo en la sangre, ese golpe en la parte baja del estómago, esa falta de aire que la aturdía cuando se creía enamorada.
Más... la rutina y el compromiso no eran para ella. Ya no. Ese tiempo había quedado atrás, muy lejano en su recuerdo, cuando todavía creía en el mirar, cuando todavía podía dejarse envolver por las bellas palabras susurradas a su oído. Era tarde ahora. Se había vuelto de cristal, transparente, sí, como siempre, más fría como el hielo. Sólo sus ojos acerados conservaban ese dejo de debilidad que se materializaba en lágrimas, que a nadie osaba mostrar.