martes, 3 de julio de 2012

MIENTRAS ESPERO


Estoy acá, sentada en este pasillo impersonal, por donde pasan empleados trajeados cargando expedientes y una chica de maestranza limpia con una gamuza las puertas del ascensor y los matafuegos.
La miro, es muy joven, y pienso en sus sueños, que deben ser similares a los míos. Me pregunto qué pensará mientras repasa las manijas, enfundada en ese mono azul que oculta sus formas. Es femenina, usa anillos y pulseras, debe cuidar su piel, tal vez lamente no tener guantes y arruinarlas a diario con productos tóxicos.
El olor a lavandina lo invade todo, no hay ventilación acá y siento que me ahogo, que la garganta se me seca y me obliga a toser.
La puerta del ascensor se abre y escupe gente, y por un instante el aire se renueva. Vuelven a cerrarse las garras metálicas y otra vez el aire de desinfectante.
Miro el reloj en mi teléfono, aún falta como dos horas para que esto termine. No quiero estar acá, desearía poder reunirme con mi teclado, esa extensión de mi mano que me transporta a otros mundos, mundos que yo misma invento para mí, cuando la imaginación ayuda, o mundos de otros cuando estoy en sequía. Evadirse, escaparse, escribir y escribir.
Me entretengo enviando algunos mensajes, me limo las uñas y resisto la tentación de pintarlas. Siempre llevo en la cartera la lima y el esmalte, no sé dónde me sorprenderá el hastío sin papel o lapicera.
También tengo un destornillador que el otro día en la facultad sirvió para evitar el desmayo de una alumna claustrofóbica. Todos rieron cuando saqué la herramienta, pero yo soy una chica preparada. Uno nunca sabe, dijo el Principito.

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