Tengo como mínimo cinco razones
para no quererte.
Cinco grandes razones que imponen
una reja entre los dos.
Por entre sus finos barrotes se
cuela el deseo. Puedo sentirlo ni bien te veo llegar y aún antes, cuando mis
ojos se desvían constantemente hacia las puertas por las que espero divisarte.
Se me agiganta el pecho y se me ríen los labios cuando te acercas a mí, con ese
andar apurado, casi gracioso, cuando extiendes la mano que acariciará mi
espalda por escasos minutos en un roce casual. Se me estremece la piel al
contacto efímero de tus dedos y mis dedos buscan con ansias tocar tu cuello. La
respiración se acelera y me tiembla el cuerpo, y finjo que es el frío para no
delatarme.
Entre charlas intrascendentes
intento captar tu atención, que sé que tengo. Entre confesiones y dudas busco
acercarte a mí, sabiendo que tienes tanto miedo como yo.
El tiempo se hace corto y viene
la distancia. Te busco entre la multitud, simulo no hacerlo pero mis ojos te
siguen como si quisieran arrástrate hacia mi cuerpo, fundirte en mi piel y
convertirnos en esa miel que fuimos años atrás.
Ansío tu boca como sé que tú
deseas la mía mientras jugamos en esa danza de cuatro. Le escapo a tu mirada
como tú escapas a la mía, porque tú sabes también que hay como mínimo cinco
razones para no quererme.
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